De enero a julio de 2015, las exportaciones de productos no tradicionales se redujeron en 418 millones de dólares, 27 por ciento menos que el valor exportado en igual período de 2014. Esta disminución refleja la pérdida de competitividad de las exportaciones bolivianas frente a las de otros países que llegan a los mercados internacionales con precios menores y favorecidos por la depreciación de sus monedas.
Todos los países vecinos han devaluado sus monedas en los últimos siete años (ver gráfico 1). Sobresalen Argentina y Venezuela, con 400 por ciento y 825 por ciento en sus registros paralelos. Brasil devaluó en 156 por ciento, Colombia en 82 y Chile en 57 por ciento, por citar ejemplos.
En contraste, Bolivia mantiene un tipo de cambio fijo desde 2011.
Como resultado, la competitividad cambiaria de la economía boliviana se torna cada vez más adversa. El siguiente gráfico en la misma infografía muestra la evolución del tipo de cambio real entre enero de 2008 y julio de 2015, tomando el promedio de Brasil, Perú, Chile, Colombia y Uruguay, con o sin Venezuela, frente a la forma cómo ha evolucionado el tipo de cambio en el país.
Así, mientras en Bolivia se registra una apreciación real del boliviano de más de 30 por ciento, en las otros naciones el fenómeno que se vive es exactamente el inverso: la apreciación real de sus monedas, lo que arroja como resultado una brecha de 28 por ciento en contra de Bolivia. Los más perjudicados son los exportadores nacionales, cuyos productores deben pagar sus costos en bolivianos, a un precio invariable, mientras que las exportaciones de otros países tienden a abaratarse.
Así ocurre, por ejemplo, con los productos brasileños, cuyos costos en reales hoy son 156 por ciento más baratos respecto al dólar. También la joyería peruana tiene menor precio en dólares, y lo mismo sucede con los textiles de este país, que compiten con los productos bolivianos.
Finalmente, en el tercer gráfico, se observa la situación en tres rubros de manufacturas, afectadas por fuertes caídas en volumen y valor de ventas, además de una baja en el precio implícito.
En realidad, el impacto negativo de la pérdida de competitividad de las exportaciones bolivianas se siente en todo el sector productivo no tradicional, que acusa la ya referida caída de 418 millones de dólares y la reducción en volumen de ventas de 455 mil toneladas métricas, para los primeros siete meses de 2015, con relación a un período similar en 2014.
Los datos desagregados arrojan pérdidas en todos los rubros: la soya cayó en 36 por ciento, productos de la industria alimenticia en 33 por ciento; quinua y derivados en 40 por ciento; cuero en 23 por ciento; café en 61 por ciento, textiles en 31 por ciento. Qué duda cabe: son contracciones dramáticas para un periodo tan corto.
Un juego al todo o nada
A diferencia de las ventas al mercado interno, en el que es posible discriminar precios, desarrollar capacidades de venta al por menor, impulsar promociones y otras iniciativas, en las exportaciones es el todo o nada; son ventas al por mayor en las cuales las diferencias marginales de precio pueden determinan vender toda la producción o, por el contrario, nada. Los centavos de dólar hacen la diferencia.
Al haber depreciado sus monedas, los países con los que competimos venden a precios menores, lo que no pueden hacer los exportadores bolivianos; y en la medida en que sus precios de venta en dólares son más caros, van quedando marginados del mercado.
Ni siquiera con las ventajas que Bolivia tiene con la quinua (diferenciación, tradición de cultivo y condiciones climáticas) alcanzan para competir con un tipo de cambio sobrevaluado como el actual.
También en la cadena del cuero los productos bolivianos son desplazados por argentinos o brasileños. Y en cuanto a la industria de alimenticios no hace falta sino acercarse a cualquier mercado local para verificar la inundación de productos extranjeros, debido a la brecha cambiaria. No sólo es más difícil exportar, sino, incluso, preservar el mercado interno para la producción nacional.
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