Son más de las 19.00 del domingo y con cuatro horas de retraso los visitantes llegan a la casa de Alejandro Muiba, en la comunidad de San Miguel del Mátire (Beni). Este hombre de 67 años y su esposa Flora pensaban que la cita se había cancelado, así que, lo confesarán más tarde, se comieron el plato que prepararon para agasajar los paladares de los recién llegados. Como en el hogar del moxeño ignaciano no hay electricidad, no sirve de mucho que la señal del celular llegue. Tampoco, claro, hay teléfono. Así que no quedaba más que ser descorteses y caer sin advertencia a una hora en la que la pareja se prepara para dormir.
Los cuatro visitantes —dos periodistas de La Paz y dos representantes de Cipca (Centro de Investigación y Promoción del Campesinado)— irrumpen en la vivienda de los Muiba, luego de viajar media hora desde San Ignacio de Moxos y de penetrar a pie un trecho por entre la vegetación del bosque beniano, hasta el claro donde se levanta la casa de madera techada con palmas de motacú.
Los mosquitos hacen fiesta, pero está la brasa que aviva Flora para liberar el humo que debe desanimar a los voraces habitantes de la zona, al menos mientras los citadinos concluyan su excursión.
Sentados ante una artesanal mesa de madera ubicada en el exterior de la vivienda, más que ver se escucha la experiencia de una de las 1.572 familias indígenas y campesinas beneficiadas por una propuesta económica productiva que se implementa en la Amazonía Sur. Muiba ha podido, en virtud de dicha propuesta, trabajar las tres hectáreas que la comunidad le concede, diversificando la producción de frutas y vegetales, arrancando tierra fértil al bosque, pero sin amenazarlo.
Alrededor de 24 productos salen del esfuerzo de quien es fundador de San Miguel del Mátire y que fue su corregidor. Hay naranja, toronja, lima, mandarina, yuca, achachairú, plátano, guineo, urucú, pacay, arroz, camote… y cacao.
Este último producto, que de manera silvestre ha crecido siempre en las tierras benianas, cálidas y húmedas, se cultiva hoy con perspectivas de aprovecharlo ya no sólo para el autoconsumo o la venta como materia prima básica, sino para darle valor agregado.
Acaba de inaugurarse, el 29 de abril, la planta de acopio y procesamiento de cacao de Mojos (situada en la carretera que lleva a San Borja, a tres minutos del centro de San Ignacio), propiedad de la Asociación Agroforestal Indígena de la Amazonía Sur (AAIAS) que reúne a familias de las comunidades del Territorio Indígena Multiétnico, del Territorio Indígena Moxeño Ignaciano y de Cercado Río Mamoré.
La instalación de la planta en San Ignacio de Moxos ha demandado $us 246.300. Hasta allí llegará la producción de gente como Muiba. Los plantines y la capacitación para cultivar el cacao, de manera de tener pepas adecuadas para ser procesadas, fueron facilitados al agroproductor por Cipca. Él mismo lo cuenta, mientras su esposa convida a los visitantes una taza de chocolate tibio que, paradójicamente, ayuda a combatir el calor de 33 grados centígrados o más: “Me había marchado de este lugar en busca de un colegio para mis cuatro hijos. Estuve por varios sitios y volví en 2004. Me entregaron los plantines y comencé a trabajar la tierra: se necesita tres años para verlos crecer; hay que limpiar el campo y mantenerlo siempre así”. Tarea difícil tratándose de un bosque que avanza al menor descuido y usando formas de cultivo tradicionales: a mano, con machete, aprovechando el agua de la lluvia, que puede inundar o escasear. Agua potable, para beber, hay que acarrearla de un kilómetro más lejos.
La hospitalidad de los Muiba es indiscutible. Luego del chocolate, convidan vasos de chicha de camote y jugo de miel de caña. Y arrancan la promesa de volver al día siguiente, temprano, para ver los cultivos, no sin antes regalar chivé, un derivado de la yuca que sirve para hacer refrescos.
A las 07.30, el calor es el mismo. Y la generosidad de la familia también. Huevos frescos puestos por sus gallinas, trozos de carne de cerdo (que se crían allí mismo), ají, más chicha… No hay cómo decir que no. Alejandro Muiba guía el recorrido por el verde lugar. Bajo la luz del sol, lo dicho bajo la luna adquiere total sentido. ¡Hay tanto que aprovechar de esta tierra! Muchos frutos invitan desde los árboles y algunos, muy maduros, se pudren en el piso. Los Muiba los incluyen en su dieta y llevan una parte al mercado de San Ignacio; pero hace falta ayuda para que los productos no se pierdan.
Por eso, la inauguración de la planta es motivo de celebración. Por ahora, se procesará hasta tener la pasta para venderla a las industrias de chocolate en el país. Una segunda fase ($us 152.000 de presupuesto) permitirá ampliar la infraestructura y comprar un vehículo para el transporte y la comercialización.
Y en una tercera ($us 112.000) consistirá en compra de maquinaria para la extracción de manteca y elaboración de bombonería.
El tema del transporte es esencial. La vía de tierra que conduce de San Ignacio a San Miguel del Mátire es de 12 km, pero transitarla demanda media hora.
Y para ir hasta Trinidad, la capital beniana, los 89 km exigen un viaje de cuatro horas. Lluvias caídas en los días previos han hecho que el río Mamoré crezca y surjan los meandros; para atravesarlos —tres de ellos— están los pontones que cobran Bs 30, 50 y 80, respectivamente, por un vehículo liviano.
Los camiones con carga llegan a pagar por este último trecho hasta Bs 600. Y en tiempo de lluvias, viajar es una tortura cuando no imposible. Las esperanzas.
Si uno está de paseo, agradece esos meandros porque puede apreciar bufeos asomando la cabeza, disfrutar de las plantas acuáticas en flor, del reflejo del cielo en las aguas. Pero esto idílico deja de ser serlo para quien necesita llevar a vender sus productos.
A Muiba le cuesta ya pagar los Bs 20 que cobra la mototaxi para llevarle con sus frutas a San Ignacio de Moxos, donde ahora, de paso, encuentra competidores llegados con cargas de plátano de la vecina Yucumo.
Sita Cuéllar, de la dirigencia de AAIAS, explica que es con el impulso que se le está dando a la actividad agroforestal que se busca solucionar los problemas. Se le otorga valor a las plantas nativas y se saca provecho para la mejor alimentación de las familias y la generación de ganancias. Para los caminos, hay que gestionar ante las autoridades.
Las esperanzas son grandes. En la planta procesadora trabajan indígenas como Enrique Semo (23 años, San Miguel del Apere) y Marina Moye (53 años, San Miguel del Mátire). Ellos, que crecieron tomando chocolate según los preparados tradicionales, han aprendido a manejar las tres máquinas que tuestan, muelen y descascarillan las pepas debidamente secadas y fermentadas que les llegan desde las comunidades.
El mismo día de la inauguración de la planta se ha cambiado de cabeza en la dirección de Cipca Beni. El sociólogo Fernando Heredia ha dejado el cargo luego de seis años de labor a la borjeña Fátima Zelada Callaú, médico veterinaria. Con el primero se ha logrado abarcar cuatro municipios de la Amazonia Sur (San Ignacio, San Javier, San Andrés y Baures). Los ingresos anuales de las familias “crecieron en 38%, a la par que se diversificó la producción agroforestal para que la gente disponga de alimentos los 365 días del año”. También “se logró que los espacios de decisión, locales y departamental, tengan el 35% de participación campesina indígena, que antes era de 7%, así como que las estructuras dirigenciales se democratizaran con la inserción de mujeres y jóvenes”.
Zelada, especializada además en desarrollo rural, tiene claro que hay bastante por dar continuidad: proyectos con gallinas ponedoras, ovejas de pelo, ecoturismo y, claro, manejo de bosques con cacao silvestre que, se ha cuantificado, abarcan 9.000 hectáreas.
No se puede dejar de mencionar, hablando de San Ignacio de Moxos, el tema de turismo cultural. Porque junto a la naturaleza exuberante, las costumbres, las fiestas y la cultura forman parte de su potencial.
Este territorio fue parte de las misiones jesuíticas en el siglo XVIII. El templo que se erige en un flanco de la plaza principal fue construido entre 1744 y 1751. Una gran fiesta, la Ichapekene Piesta, en honor de San Ignacio, ha sido recientemente declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Por otro lado, como parte de las resonancias del Festival de Música Barroca y Misional impulsado desde Santa Cruz, se ha creado la Escuela de Música, el Archivo Municipal de Moxos y una orquesta juvenil.
Y está la generosidad de gente como los Muiba, que han sumado regalos a las visitas: plátanos y, claro, el fruto maduro del cacao.
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