De pollera y con unas trenzas pintadas por algunas canas, doña Emilia Layme es una de las integrantes de la Asociación Artesanal de Tejidos “La Imilla”, que se dedica a la producción y comercialización de tejidos de lana de alpaca desde hace 28 años en la localidad de Arani.
Layme es una de las mujeres que, después de tejer por años para una supuesta cooperativa que las explotaba laboralmente, decidieron independizarse y buscar un financiamiento que les permitiera dar vida a un emprendimiento propio.
Sin embargo, la búsqueda de créditos se tornó muy complicada, pues las entidades financieras no creían en la sostenibilidad de emprendimiento de personas del área rural y, más aún, al tratarse de mujeres. Sólo después de muchas gestiones lograron convencer a una cooperativa de ahorro y crédito de Punata que les financiara el valor de 5 kilogramos de lana a 10 diferentes mujeres de la asociación.
Doña Emilia recuerda que fue a finales de 1979 cuando las cerca de 18 mujeres separadas de la cooperativa constituyeron su propia asociación y comenzaron a tejer prendas a pedido -como chompas, ponchos, gorros- con miras a comercializarlas en los mercados locales.
Dice que, al cabo de algunos años de trabajo, la reconocida calidad de sus hechuras las llevó a conseguir tres compradores internacionales en Estados Unidos, Canadá e Inglaterra, que perdieron luego por algunos problemas de producción.
Asegura que hoy se encuentran nuevamente exportando prendas hacia Vermont-Estados Unidos, habiendo concretado, en lo que va del año, tres despachos de un valor de entre 3.000 y 5.000 dólares cada uno.
Subraya que sus tejidos suelen ser más valorados por los compradores del extranjero, pues los compradores locales no demostrarían mayor interés por sus trabajos.
Explica que, aunque el grupo consolidado de tejedoras está integrado por 18 personas, cuando la demanda crece de la producción de los tejidos se encargan hasta 36 mujeres.
Indica que, además de los tradicionales ponchos y gorros, en los últimos años han comenzado a tejer otro tipo de prendas, tales como pañaleras para bebé, vestidos, canguros y demás vestimenta para niños. La idea es que, con la diversificación de sus creaciones, puedan atender a más mercados.
Explica que, si bien los recursos percibidos por esta actividad no son suficientes para mantener a sus familias, sí les permiten a las mujeres aportar económicamente para el sustento de los suyos, más aún, cuando los ingresos de sus maridos son mínimos.
Apunta que ha habido también experiencias en las que mujeres jóvenes emplearon los recursos generados por el tejido de prendas en la asociación para formarse y profesionalizarse.
Layme es una de las mujeres que, después de tejer por años para una supuesta cooperativa que las explotaba laboralmente, decidieron independizarse y buscar un financiamiento que les permitiera dar vida a un emprendimiento propio.
Sin embargo, la búsqueda de créditos se tornó muy complicada, pues las entidades financieras no creían en la sostenibilidad de emprendimiento de personas del área rural y, más aún, al tratarse de mujeres. Sólo después de muchas gestiones lograron convencer a una cooperativa de ahorro y crédito de Punata que les financiara el valor de 5 kilogramos de lana a 10 diferentes mujeres de la asociación.
Doña Emilia recuerda que fue a finales de 1979 cuando las cerca de 18 mujeres separadas de la cooperativa constituyeron su propia asociación y comenzaron a tejer prendas a pedido -como chompas, ponchos, gorros- con miras a comercializarlas en los mercados locales.
Dice que, al cabo de algunos años de trabajo, la reconocida calidad de sus hechuras las llevó a conseguir tres compradores internacionales en Estados Unidos, Canadá e Inglaterra, que perdieron luego por algunos problemas de producción.
Asegura que hoy se encuentran nuevamente exportando prendas hacia Vermont-Estados Unidos, habiendo concretado, en lo que va del año, tres despachos de un valor de entre 3.000 y 5.000 dólares cada uno.
Subraya que sus tejidos suelen ser más valorados por los compradores del extranjero, pues los compradores locales no demostrarían mayor interés por sus trabajos.
Explica que, aunque el grupo consolidado de tejedoras está integrado por 18 personas, cuando la demanda crece de la producción de los tejidos se encargan hasta 36 mujeres.
Indica que, además de los tradicionales ponchos y gorros, en los últimos años han comenzado a tejer otro tipo de prendas, tales como pañaleras para bebé, vestidos, canguros y demás vestimenta para niños. La idea es que, con la diversificación de sus creaciones, puedan atender a más mercados.
Explica que, si bien los recursos percibidos por esta actividad no son suficientes para mantener a sus familias, sí les permiten a las mujeres aportar económicamente para el sustento de los suyos, más aún, cuando los ingresos de sus maridos son mínimos.
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