"Dante solía contar que dio con la fórmula de la conocidísima Papaya Salvietti por pura casualidad”.
"Yo iré a América”, dijo el ragazzo Dante Salvietti. Era frecuente, en esos años, que muchos italianos cruzaran el Atlántico para "hacerse la América”.
Al principio, según contaría años después uno de sus descendientes, Renato Pucci Salvietti, sus padres y sus diez hermanos, quienes vivían en La Spezzia, un puerto italiano como Génova o Nápoles, no le creyeron, pero después, cuando lo vieron con todo el equipaje listo para emprender el largo viaje, no les quedó más remedio que decirle adiós y desearle mucha suerte, que te vaya bien, caro Dante.
El muchacho creía que América era un país, como Francia o como su natal Italia. Ese detalle, al final de cuentas, no importaba tanto como estar seguro de que América era la tierra de las oportunidades. Es cierto que, de quedarse en La Spezzia, tal vez hubiera tomado el mando del negocio familiar: la elaboración y posterior venta de vinos. Pero el deseo de conocer ese nuevo "país”, la posibilidad de abrazar a esa dama que se llama Fortuna, en una tierra de la cual todos los viajeros relataban maravillas (todo italiano lleva adentro un Marco Polo), fue más fuerte. En América pisó tierra firme en un puerto chileno y después se trasladó a Perú, pero en 1914 arribó a una ciudad, La Paz, que era un enclave entre las montañas andinas. En Bolivia, descubrió que América no era un solo país, sino muchos.
Como casi todos los inmigrantes, cuando llegó no tenía mucho dinero y vivía con lo justo; después de días de intensas indagatorias, Dante resolvió afincarse en Chulumani, donde instaló una pequeña factoría de refrescos, pero al poco tiempo retornó a La Paz. En la localidad yungueña, quedó obsesionado con la papaya.
Años después, cuando retornó a Italia, Dante, quien no era ni químico ni nada parecido, solía contar que dio con la fórmula de la conocidísima Papaya Salvietti por pura casualidad.
Un día como tantos otros, en 1920, se puso a mezclar jarabes para imitar un producto de gran éxito, Ginger Ale de Canada Dry, pero el resultado fue un líquido más dulzón, de color amarillo, ambarino. Como los recuerdos de Chulumani estaban frescos, Salvietti bautizó al nuevo menjunje como "papaya”, pese a que lo que obtuvo no tenía ni por asomo el sabor de esa fruta tropical que le gustaba tanto y que abunda en Yungas de La Paz.
Surgió así la gaseosa paceña por antonomasia. En Chuquiago Marka, se conoció a la gaseosa como "papaya” –"¿Me vende una papaya?”- y a los camiones distribuidores de las embotelladoras como "papayeros”. Y el almuerzo del pueblo, en especial de los albañiles que edificaron la urbe, era una marraqueta, un plátano y una papaya Salvietti.
La bebida del italiano era tan popular que en un programa radial de preguntas y respuestas el conductor le consultó a un estudiante quién era el autor de La divina comedia; el concursante dudó un poco, reflexionó y contestó lo siguiente: "El autor es... es Dante... ¡Dante Salvietti!”. Si se le atribuía la autoría de esa obra clásica, estaba claro que el italiano de La Spezzia había triunfado. El genial invento de Dante es parte del ajayu de la Calcuta de los Andes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario