os ojos de Julio se ven opacos, su piel está lastimada por el sol y el polvo y sus manos están curtidas y llenas de ampollas, pero su sonrisa es amplia como la de cualquier niño de su edad. Él tiene 13 años y trabaja en una de las muchas ladrilleras de Alpacoma, en el límite entre el municipio de La Paz y el de Achocalla.
Julio forma parte de un grupo de alrededor 100 menores que reparten su tiempo entre carpetas escolares, juegos y carretillas con las cuales llevan los ladrillos de los hornos a los camiones. “Si tuviera que describir lo que es trabajar en una palabra, ésta sería ‘sueño’ (tener sueño), pero igual me gusta trabajar”, comenta.
“En Alpacoma hay cerca de 20 ladrilleras y la mayoría de ellas emplea niños”, dice Sara Yujra, una vecina del lugar, “pero la mayoría de ellos trabaja temprano en la mañana y en la noche” agrega.
La jornada de trabajo a veces se extiende hasta pasada la medianoche, dijeron niños ladrilleros que fueron consultados por Página Siete.
“Salimos del colegio a las 18:30 y luego trabajamos hasta la medianoche más o menos, después dormimos hasta las 7:00 y volvemos a trabajar hasta las 9:00 cargando ladrillos al horno o subiéndolos al camión”, cuenta otro de estos pequeños.
Otros como Julio empiezan a trabajar alrededor de las 2:00 y lo hacen hasta que sale el sol, “luego de trabajar voy al centro (que brinda apoyo en el lugar) y después a clases”.
La mayoría de estos niños estudia en la escuela San Miguel, que se encuentra en la zona, pero también asisten al Centro Integral Santa María de Alpacoma (CISMA), que se dedica a brindarles apoyo pedagógico, además de cuidar su salud y alimentación.
Mónica Nogales, psicóloga de este centro, comenta que gran parte de estos niños trabaja con sus padres. “Ellos comienzan a trabajar a los siete años aproximadamente y al principio lo hacen para ayudar a sus padres, aunque luego lo hacen por el dinero”.
Miguel, dueño de un horno de ladrillos y padre de tres menores de entre cinco y 14 años, señala que es la necesidad y la falta de mano de obra la que lo impulsa a emplear a sus propios hijos.
“Dos de mis hijos trabajan conmigo y es porque es un trabajo fuerte, pero no tanto como para pagarle a un ayudante que cobra más”; sin embargo, señala que se preocupa por la educación y salud de sus hijos; “yo los obligo a ir a la escuela, quiero que sean más que esto, que sean licenciados”.
Ganancias
Un niño ladrillero gana según la cantidad de ladrillos que acarrea a los camiones y puede fluctuar entre los 150 y 200 bolivianos por semana. Varios chicos comparten este dinero con sus padres, aunque hay otros que lo gastan solos.
Entre sus usos, algunos chicos confiesan que destinan gran parte del dinero en juegos en red.
Según la directora del centro, Roslinda Quispe, esta aparente independencia económica hace que los niños pierdan el interés por continuar sus estudios. “Los niños dicen que trabajando en las ladrilleras ganan bien, que para qué van a estudiar más, pero no se dan cuenta de que ese trabajo no dura y que lo que ganan es muy poco”.
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