Por los comentarios de los organismos multilaterales sobre el nivel de las reservas internacionales, el valor de las exportaciones y la “caída estadística” de la pobreza parecería inminente el cumplimiento de la meta del milenio en Bolivia en cuanto a la reducción de los niveles de pobreza extrema.
La teoría económica señala que con una inversión del 25% del Producto Interno Bruto (unos 6,000 millones de dólares), Bolivia logrará tasas de crecimiento entre 7% y 10%, con las que se calcula que reducirá la pobreza.
Esta “aritmética del crecimiento” fue la base de los programas mundiales de “ayuda al desarrollo”, popularizados desde los años 60 con los resultados poco alentadores que todos conocemos.
En general, el eje de las propuestas apunta a promover la inversión como el mecanismo preferido para dinamizar el crecimiento, aunque, más allá de las predicciones de los modelos teóricos, a nivel mundial no hay una evidencia concluyente de una relación directa de causalidad entre inversión, crecimiento y reducción de la pobreza.
Sorprende, por ello, el infundado optimismo de los organismos multilaterales –que deberían tener una visión más global sobre las complejidades del desarrollo– al celebrar el desempeño de la economía boliviana y seguir alentando políticas y programas que no cambian, de forma sustantiva, los que aplicamos desde hace medio siglo, en democracia o en dictaduras, con capitalismo de Estado o con libre mercado.
Concretamente, en nuestro país, la economía muestra en los últimos 60 años un desempeño muy modesto a pesar que atraer inversiones, en especial la inversión extranjera directa, ha estado siempre entre las prioridades de las políticas.
Por ello, ha sido pertinente la iniciativa de la Fundación Inaset, como parte de la Plataforma Empleo Digno, para introducir al debate la supuesta relación entre inversión y crecimiento equitativo, incluyendo la posibilidad de buscar e identificar los factores alternativos, que efectivamente sean los dinamizadores del crecimiento y del desarrollo, y en los que se deberían concentrar las políticas públicas.
En este marco, un breve ensayo formulado con la intención de analizar simples datos para alimentar los debates de un grupo de profesionales, parece conducir a cuestionar los fundamentos de una teoría económica fuertemente arraigada a pesar de estar prendada de grandes abstracciones y simplificaciones. Con un sencillo análisis de datos acerca de la inversión y su correlación con variables e indicadores que miden el crecimiento económico o el desarrollo social, el ensayo evidencia que la inversión, el crecimiento y el desarrollo caminan senderos diferentes, tanto en países altamente desarrollados como en sociedades como Bolivia, con mayor incidencia de pobreza.
Por ejemplo, empleando datos oficiales de las cuentas nacionales de Bolivia, en primera instancia se verifica que la inversión, o la formación bruta de capital fijo -que así es como la inversión es referida en la contabilidad nacional- no tiene un comportamiento que permita inferir que es la variable que condiciona el crecimiento del PIB (observar gráfica).
Los datos muestran una alta disparidad en las magnitudes y en las direcciones de las tasas de crecimiento, reduciendo la probabilidad de que estas variables estén directamente vinculadas entre sí.
Por otro lado, sin embargo, se muestra también que la tasa de crecimiento del PIB se encuentra altamente correlacionada con la de crecimiento del valor de las exportaciones (observar gráfica).
Estos dos hechos conducen a colocar en entredicho la gran importancia que se le da a la inversión para impulsar el desarrollo cuando en realidad no parece ser el factor relevante.
Si esto es así, se puede inferir que el crecimiento del PIB no está, en realidad, en las manos de la política económica de desarrollo ni menos en la voluntad de los gobernantes. Significaría que el crecimiento observado en los últimos años es un crecimiento “fuera de control” y a pesar de lo que decidan las políticas públicas en el país.
Punto de vista
Walter Reynaga AnalistaUna de las mayores evidencias del atraso del país está en la muy escasa actividad científica, a pesar de las muchas universidades públicas y privadas y sus institutos de investigación. Lo que se refleja en el auge de la cháchara irracionalista de la ideología política hegemónica. Sin embargo, también hay gente que hace ciencia. Personas que desoyendo el difundido desprecio por la razón se empeñan en la búsqueda metódica del saber' Ese es el caso del Inaset, en procura de pautas de orientación para generar políticas públicas eficaces, que mejoren la economía y el empleo, en un país que ha expulsado a un tercio de su población, la que emigra precisamente en busca de trabajo.
El pasado 7 de septiembre esta organización presentó un estudio sobre la incidencia de la inversión en el producto. Un tema de relevancia, a pesar de que la relación suele pasar por verdad evidente: “A mayor inversión, mayor producto”. Sin embargo, la experiencia estudiada por el Inaset, enfocada en los Estados Unidos, da cuenta de que esto no siempre es así. Ni en las economías desarrolladas ni en las otras.
Se diría que la compleja realidad humana pone en duda esta trillada certeza. Como ilustra el caso de la URSS, cuya tasa de inversión, siempre alta por las ansias de crecer y derrotar al capitalismo, en las últimas décadas antes de su desaparición no sólo que salía inútil para alcanzar los objetivos planificados, sino que ni siquiera evitó que la economía llegara al estancamiento. Es que en el crecimiento económico, como suele suceder en diversos aspectos de la realidad, cuentan diversos factores. No parece ser suficiente el incrementar la tasa de inversión, como no ha bastado el tirarle sacos de plata a los países pobres para que éstos alcancen el desarrollo, ni crear organismos promotores del desarrollo o trazarse objetivos magníficos. Cuenta la calidad de la inversión, su racionalidad en función de la producción, y el efecto multiplicador. Es eso que Marx llama “modo de producción” y Douglass North: institucionalidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario