domingo, 13 de enero de 2013

Bodega boutique de Tarija resguarda el espíritu del vino

Custodiada por los arcángeles de los cuadros coloniales de sus paredes y rodeada por viñedos que se tiñen con los matices de los atardeceres del valle tarijeño, se encuentra la única bodega boutique de la capital sureña, Magnus.

La producción vitivinícola y la variedad de los vinos se han convertido en las mejores cartas de presentación de Tarija. A esta bien ganada reputación se sumó en 2006 la salida al mercado de los vinos Magnus, con un cabernet sauvignon de la cosecha 2003.

Una bodega boutique produce, en bajos volúmenes, un vino que ha ganado renombre; además se la cataloga así por la experiencia que tiene en el trato cordial, casi familiar, a los visitantes que recibe y que quieren conocer el mundo de la vitivinicultura.

Los esposos Ernesto Magnus y Liz Arancibia se encargaron de impulsar la producción en un emprendimiento, de gran tradición, que nació hace casi un siglo por iniciativa de sus familias.

“Nuestra premisa fue, es y siempre será elaborar un buen vino. Complejo y agradable, agresivo, pero a la vez gentil con el paladar; no estaba en planes hacer una bodega boutique: simplemente pensamos en crear la bodega y el vino que nosotros soñamos”, dice Liz Arancibia.

En la actualidad, Magnus elabora cuatro variedades de vino: cabernet sauvignon, cabernet syrah, cabernet merlot y rosé. La bodega produce menos de 4.500 botellas de cada varietal, lo cual implica poner el máximo cuidado en el contenido de cada envase.

Una de las particularidades es que cada botella está numerada, de tal modo que quien la adquiere conoce el lugar que ocupa en ese exclusivo universo de menos de 4.500 varietales.

Su producción, en las cuatro mencionadas variedades, le ha valido a Magnus recibir medallas de oro y plata en concursos internacionales como el Vinalies, en Francia, y también Vinandino y La Mujer Elige, ambos en Argentina.

La bodega se abrió a las visitas hace dos años para mostrar su forma familiar de elaborar vino; quien desee conocer la viña puede envasar, etiquetar y llevar su propia botella para después tomar ese vino varietal en su casa.

Es posible encontrar estos vinos en Walisuma, en La Paz, y también efectuar pedidos mediante Facebook, en la página Bodega Magnus.

Familia, una marca registrada

“Todo empezó con la excusa de una fiesta familiar”, recuerda Liz Arancibia, cuando en 2000 decidieron hacer vino pisando uva y siguiendo las tradiciones de las vendimias de antaño. Fue un éxito que los animaría a aventurarse a más y a emprender el rescate de una tradición familiar.

En 1928, Carlos Magnus Hornschuh junto a su familia alcanzó uno de sus anhelos: construir la primera bodega en la cual producía los vinos que llevaban su apellido como marca. La edificó a los pies de la iglesia de San Juan, donde los españoles fundaron la Villa de San Bernardo de la Frontera, más conocida hoy como Tarija.

“En otra provincia, en el Valle de Concepción, en una casa construida en 1814 por el general José María Avilés, héroe de la Guerra de la Independencia del Alto Perú -hoy reconocida como histórica-, la familia Zambrana hacía de forma artesanal los vinos y singanis Santa Rosa”, evoca Liz Arancibia al hablar de sus antepasados.

La actual bodega, ubicada en la zona de Torrecillas, a diez minutos del centro de Tarija, fue construida por este matrimonio con sus propias manos.

“Desde 2007 estoy trabajando como si estuviéramos entre amigos. Desde que estamos en la bodega se han embotellado más vinos y lo más lindo es cuando viene gente a visitarnos”, dice Jair Altamirano, trabajador de la bodega.

Los detalles, algo invaluable

Hace dos años que la bodega Magnus se animó a ser parte de La Ruta del Vino, un recorrido que ofrece la agencia de turismo Gaviota Travel.

“Forma parte de un proyecto que se llama ‘Amantes del Vino’, conformado por nuestra agencia y el Hotel Los Parrales. Magnus está incluida porque es la única bodega boutique de Tarija”, afirma el gerente comercial de Gaviota Travel, Rafael Jijena.

Al recibir a los visitantes, Luz Arancibia no sólo muestra la bodega, sino que enseña algo de la milenaria cultura del vino.

Aprender a catar un vino joven, otro de un año y, luego, uno que tiene tres años de añejamiento, además de observar la glicerina o admirar su color, es posible, mientras se recorre la bodega, gracias a los conocimientos y cordialidad de los anfitriones.

Uno de los puntos culminantes se vive al degustar los vinos con una gama de quesos y patés creada por Ernesto Magnus, incluido el foie gras de ganso; luego llegan los dulces preparados por Liz Arancibia: el de kinoto es definitivamente de concurso.

Las respuestas a las preguntas sobre el vino, su elaboración y la vitivinicultura se reciben con los sentidos -en especial, el gusto y la vista- cautivados.

Al ver los viñedos que quedan atrás dan ganas de retornar. Hoy sabemos cómo cada una de las vides fue regada por los hijos de este matrimonio de emprendedores y es posible concluir que el sabor de cada cosecha está resguardado en las botellas custodiadas por arcángeles.

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