Ese año, Europa demandaba grandes cantidades de bienes semimanufacturados y acabados, y el problema era reunir volúmenes necesarios, algo difícil por los problemas estructurales del sector forestal. Éste se halla mal organizado porque el país no tiene reglas estables y claras de propiedad de bosque. Además, está constantemente “canibalizado” por “piratas de la madera”, informales que extraen árboles sin responsabilidad y los rematan.
Pese a todo, las perspectivas de los exportadores eran excelentes, así que las inversiones se sumaron. La empresa de Rubén pasó de exportar 12 contenedores al mes a 27, y habría podido más si hubiera contado con la suficiente materia prima. A esto lo alentaban los precios internacionales, aun considerando que el negocio de la madera sólo es plenamente rentable con volúmenes altos.
Dada la enorme demanda, esta empresa decidió pujar por varias concesiones forestales de 20 años, que le permitieran aprovisionarse de manera más estable y ecológica. De inmediato, tramitó la certificación internacional de manejo sostenible del bosque, que establece que el maderero sólo puede sacar uno o dos árboles por hectárea, y debe hacer una sistemática labor de replantado de las especies que utiliza. Con esta certificación, la empresa vio cómo se le abrían los más exigentes mercados europeos, aunque aún sus propietarios se angustiaran por la dificultad de proveer a estos en cantidad suficiente.
Fue época de crecimiento. La empresa de Rubén traslada la madera de especies “duras” desde Santa Cruz a El Alto, donde la seca, asierra y convierte en artículos de jardín y ornamentación de casas ataviadas con madera y que alcanzan altos precios en países desarrollados. Su empuje creó cientos de empleos en ambas regiones del país e impulsó el transporte y servicios de exportación implicados en el proceso.
Es cierto que durante estos años sus costos fueron subiendo, como resultado del boom de la economía nacional y la consiguiente escasez de mano de obra, que se desplazaba a las áreas no exportadoras, en particular la construcción, así como del resultante aumento de salarios, pero la situación internacional permitía que estos cambios pasaran, sino inadvertidos, sí bajo control. Los márgenes se estrechaban, pero aún existían, por lo que los números continuaban azules.
Así fue hasta 2012, cuando Europa y Estados Unidos sintieron todo el peso de la crisis incubada en años anteriores y que en 2008 había estallado en Wall Street bajo la forma de un crash bursátil. De pronto, las compras de los grandes centros de retail o venta al por menor se frenaron. Los precios cayeron y los proveedores bolivianos tuvieron que pensar en cómo sobrevivir.
La empresa de Rubén decidió dejar de depender de un solo mercado, al que enviaba 98 por ciento de su producción. Con esfuerzo y tenacidad logró diversificar su portafolio de clientes, hasta llegar a 27 países, entre ellos Estados Unidos, China, México, Inglaterra, Nueva Zelanda y Chile.
Aunque, debido a la crisis, las utilidades eran bajas, el hecho de llegar a más lugares que nunca, estableciendo buenas relaciones que volvían su nombre respetable (superando la mala fama del sector maderero boliviano, siempre impredecible por la falta de materia prima), probablemente se traducirían en nuevos pedidos y negocios sostenibles. La estrategia parecía funcionar, pero pese a sus esfuerzos la empresa comenzó a perder dinero. “Los números azules se volvieron rojos y no sabíamos muy bien por qué”, dice Rubén. En realidad la razón era evidente: desde 2014 los precios cayeron mucho más significativamente que durante la crisis financiera, esta vez por la desaceleración china y la abrupta disminución del precio internacional del petróleo. Al mismo tiempo, los costos internos, siguiendo el ritmo aún acelerado de la economía boliviana, trepaban hasta las nubes.
La empresa de Rubén, que exporta entre cinco y siete contenedores para cada uno de sus clientes, ahora lo hace a pérdida sólo para no fallar compromisos. Si bien aún controla los precios de la madera que produce la propia empresa en las concesiones, no puede hacer casi nada –excepto rogar– con los precios que le exigen sus proveedores, por ejemplo, de maderas como tajibo y almendrillo negro, que redujeron su valor en todas partes menos en el mercado interno. La empresa tampoco puede lidiar con los aumentos salariales que le impone el Gobierno.
Para colmo de males, este año a los problemas de demanda se sumaron las turbulencias cambiarias. El euro cayó con relación al dólar, por lo que para el consumidor europeo es más caro comprar productos latinoamericanos, que se venden en dólares. Y el real se devaluó en un tercio de su valor de 2014, por lo que los competidores brasileños de Rubén pueden rebajar sin efectos sus precios de exportación en una proporción similar. Con ello, para nuestro compatriota el negocio se torna directamente inviable. “Hemos tenido que recortar la planilla”, señala. “Estamos tratando de aguantar ampliando nuestras ventas al mercado local, pero es difícil competir por precio con los proveedores informales, que no cumplen las reglas que nosotros estamos obligados a respetar”. Si la crisis dura y el Gobierno no comprende la situación especial de sectores como el maderero, y no lo apoya con medidas especiales, opina Rubén, “entonces lo que nos espera es el fin”.
La empresa de Rubén exporta a pérdida, sólo para cumplir compromisos
Si la crisis sigue y el Gobierno no apoya, la empresa deberá cerrar
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