Lo que ha ocurrido en los últimos años es que muchos países de la región descansaron en las altas cotizaciones de los bienes básicos para crecer y se preocuparon poco por desarrollar la industria o los servicios exportables. Varios países han padecido la llamada enfermedad holandesa, es decir, el fenómeno que sufrió Holanda en los 60, después de descubrir que tenía gas natural cerca del mar del Norte. Cuando comenzó a explotarlo, el florín se apreció tanto por el ingreso de divisas que terminó afectando la competitividad de su sector manufacturero. Lo mismo le ha sucedido en los años previos a 2013 a las monedas latinoamericanas, no sólo por la exportación de las encarecidas materias primas, sino también por el abundante ingreso de capitales especulativos ante los tipos de interés bajos de los países desarrollados. En los últimos meses, este proceso se ha revertido un poco ante las expectativas del fin de la política monetaria laxa de EEUU ante la recuperación de su economía.
La bajada de los precios de los bienes básicos sorprende a Latinoamérica en pleno debate sobre su desindustrialización. Algunos economistas consideran que es normal en una economía contemporánea más orientada a los servicios, pero otros advierten de que no lo es, ponen el ejemplo de Asia y hasta de EEUU o la Unión Europea en sus intentos de reconstituir el sector fabril.
En 2001/2002, el 27,6 por ciento de las exportaciones latinoamericanas era de materias primas. En 2010, los productos básicos representaban el 42,4 por ciento, las manufacturas derivadas, el 17,7 y el resto, solo el 39,9 por ciento, según un estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en el que advierten de que “la tendencia a la reprimarización de las exportaciones regionales es fuente de preocupación”.
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