Fachada de una tienda de ropa de segunda mano en la sureña ciudad de Málaga.
La explotación laboral que practica la industria globalizada de la vestimenta no es un secreto para el público consumidor. Pero los precios bajos, los bolsillos magros y el poder de las marcas ejercen una poderosa disuasión contra el consumo responsable.
“Sabemos lo que pasa, pero qué vamos a hacer: en estos tiempos de crisis lo poco que compras lo tienes que comprar barato”, se justifica Virginia al salir de una tienda de un gran centro comercial en la sureña ciudad de Málaga.
Para la coordinadora de la Campaña Ropa Limpia (CRL) en España, Eva Kreisler, es “repugnante” que las trabajadoras que confeccionan prendas para grandes corporaciones en países como Bangladesh “subvencionen el bajo costo de producción de las empresas y el bajo precio de los consumidores” a costa de salarios miserables y precarias condiciones laborales.
La CRL no promueve boicots a la compra de ropa de ciertas marcas, pero llama a participar en las campañas de presión que organiza a favor de mejores salarios textiles y respeto a los convenios internacionales de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
En los últimos meses se desataron tres incendios en fábricas de Bangladesh que confeccionan vestimenta para Inditex, GAP, H&M y Levi’s, entre otras marcas. El resultado fueron cientos de trabajadoras muertas. 90% de la fuerza laboral de esas fábricas es femenina, muchas veces “proveniente de áreas rurales y desconocedora de sus derechos”, sostiene Kreisler.
Y allí se respira un claro ambiente anti- sindical: “Sólo uno por ciento de los trabajadores de Bangladesh están sindicalizados”. “Hay trabajadores muriendo por producir la ropa que lucimos”, sentencia.
Adquirir ropa limpia de estas injusticias puede costar un poco más. “El otro día estuve en una tienda de comercio justo y sólo pude mirar, porque los precios eran caros”, dice la compradora Virginia a Tierramérica frente a un escaparate que anuncia descuentos de 70 %.
Mercedes deambula entre mostradores de ropa con carteles de “todo a 3 euros”. Ella asegura que lee las etiquetas de las prendas, sabe por la prensa de casos de explotación y se pregunta “¿cómo pueden ser posibles precios tan bajos?”.
El poder de las grandes empresas para exigir costos bajos repercute en las trabajadoras de la confección en los países proveedores, explica Kreisler.
Para ella no vendría mal un “cambio de mentalidad” en el consumo de ropa, que muchas veces es “compulsivo e innecesario” y esclavo de la moda.
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