El secreto de su composición es guardado por una de las seis religiosas que en él habitan.
De una naturaleza profundamente artesanal, estos vinos tienen alrededor de diez años de maceración, son añejos y, con suerte, se puede comprar alguno del año 1986. Sus variedades son oporto, tinto, dorado (blanco y algo dulce), seco de mesa y el de misa, que sólo se distribuye a las parroquias.
El monasterio fue fundado hace 50 años en Coroico por las hermanas de Estados Unidos, que pertenecen al Santísimo Nombre de Jesús.
Estas religiosas dedican sus vidas a la oración y a las misiones de Dios, llevan una existencia de recogimiento y casi nunca salen a la calle.
La madre superiora, María Tomasa Pérez, recuerda que inicialmente sólo elaboraban vinos de misa para favorecer a las parroquias de la Iglesia, pero por la necesidad de generar recursos para sobrevivir decidieron experimentar con otras variedades de la bebida.
“Surgió un poco de la exigencia de las personas que nos preguntaban por qué no hacíamos otros vinos, así que empezamos a elaborar otras variedades”, comenta.
Según explica, su vida monástica no percibe sueldos y el hacer el vino es una forma de sustento que encuentran para mantenerse -a ellas y el monasterio-.
El secreto y el gusto
Este vino, como otros, tiene su receta secreta. Ese secreto que hace que sea diferente a todos los demás está guardado en la memoria de la hermana María Guzmán, la única encargada de todo el proceso de elaboración de la bebida.
La hermana María, de carácter asequible y conversador, inició su relación con el vino como ayudante de otra hermana estadounidense hace 30 años. Ella fue quien le enseñó cada paso para obtener su sabor característico.
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Bolivianos cuesta el vino “Seco”. El más caro llega a los 26 bolivianos, es el de la variedad “Dorado”.
“Si tuviese que decir el secreto de la elaboración tendría que darte el paladar, porque está en el sentido del gusto que he desarrollado a fuerza de catar la bebida, por casi tres décadas. Es ahí donde guardo la memoria del sabor que debemos lograr con cada una de las variedades de los vinos”, explica.
Las uvas utilizadas para hacer el vino son transportadas a Coroico desde Luribay, que está al suroeste en el departamento de La Paz. Son transportadas poco antes de iniciar su elaboración, que comienza el mes de abril, todos los años.
El proceso comienza extrayendo el jugo de las uvas con máquinas eléctricas; se espera de ocho a diez días a que fermente en tanques especiales a temperatura ambiente y luego se pasa el líquido a los barriles. Desde ese momento, cada tres meses se quita la “borra” (residuos del fondo del barril) y vienen varios años de trabajo y control para obtener el vino deseado.
Las Clarisas tienen turnos de trabajo que rotan cada seis meses, sin embargo, debido a que la Hermana María ha logrado captar la esencia de este vino, ha sido la responsable de elaborarlos por más de 20 años.
La bodega
Luego de pasar por jardines con decenas de especies de flores y árboles frutales, a través de pasillos, se desciende unas gradas. Antes de llegar al final del trayecto se siente un agradable y penetrante olor a vino. Una vez abierta la puerta, se observa un ambiente largo y angosto que se divide en dos, es la bodega.
Allí, en un semisótano, los vinos reposan en barriles antes de ser embotellados, mientras se los revisa y cuida probando y reforzando el cuerpo y sabor que deben tener.
También están los botellones con cada tipo de vino esperando a ser envasados y etiquetados en forma artesanal, trabajo que también se realizan en la bodega.
Al fondo hay un espacio con tubos de ensayo e instrumentos de laboratorio. Allí, la hermana María trabaja en soledad midiendo y revisando cada ingrediente que forma parte de la bebida.
Licores de varios sabores
Además del vino, preparan licores de cherry, menta, café y cacao y también se dedican a la repostería, bordado, pintura y artesanía. Sus productos se venden en el mismo monasterio, ubicado en la calle Adalid Linares de Coroico, y en el Museo de San Francisco, en la ciudad de La Paz.
Sus mejores clientes son los turistas, quienes han difundido la fama y sabor de los vinos de las Hermanas Clarisas de Los Yungas en sus países de origen.
Aunque ellas no puedan hablar o publicitar su vino o sus productos por pertenecer a una orden de claustro, la bebida que hacen tiene algo de ellas, muestra su gusto único y -por qué no- el misterio de una vida de reclusión por la fe.
Artesanías y galletas
En busca de lograr recursos que las ayuden a mantenerse, además del vino, las hermanas Clarisas de Coroico desarrollaron otras actividades como la elaboración de galletas de varios sabores, como avena, maní, chocolates, limón, entre otros.
También hacen mantequilla de maní y tortas para bodas y ocasiones especiales y, además, se dedican al bordado y pintado de manteles, y al desarrollo de artesanías.
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